La peste de Albert Camus como guía de confinamiento

A través de la ventana:

Las ventanas se han convertido últimamente en nuestras mejores aliadas. Los personajes de La peste (1947) miran recurrentemente por sus ventanas, observando cómo pasan los días en la ciudad clausurada de Orán. Cada una de ellas representará un espacio íntimo a través del cual se nos irán presentando espacios, personajes y acontecimientos. Las ventanas, en tiempos de confinamiento, son especialmente importantes para mantenernos unidos a lo que ocurre en el exterior, a lo que hay más allá de nuestras cuatro paredes y a lo que vendrá una vez podamos abrir las puertas.

Foto de Sergio Rodriguez – Portugues del Olmo en Unsplash

Más allá de nuestra intimidad:

Nunca antes nuestras casas habían sido tan nuestras. Obligados a permanecer en ellas durante semanas empezamos a verlas de otro modo y, sobre todo, empezamos a ver fuera de ellas el mundo de una forma muy distinta. Lo que antes parecía accesible y al alcance de nuestros dedos hoy parece lejano e imposible. Por eso, observamos a través de la ventana anhelando lo que fuera queda y viendo lo que se nos representa al otro lado como algo nuevo. Por la ventana del despacho del doctor Rieux, personaje protagonista de la novela de Camus, se puede ver en el horizonte la silueta de la bahía. Antes, un decorado más de la descrita como fea ciudad de Orán, ahora, un sinónimo de libertad.

Rieux reflexionaba. Por la ventana de su despacho miraba el borde pedregoso del acantilado que encerraba a lo lejos la bahía. El cielo, aunque azul, tenía un resplandor mortecino que se iba apagando a medida que avanzaba la tarde.

Nos sorprende que esto pueda estar pasándonos a nosotros ahora mismo. Las epidemias son un monstruo de otros tiempos o acaso de otros países lejanos. En occidente no ocurren estas cosas, las vemos tan solo en las noticias ocupando minutos de morbo y de paternalismo barato para con aquellos que, tan lejos de nuestro mundo, las sufren. Ahora, apostados en las ventanas de nuestras moradas, pensamos cómo es posible que nos haya tocado a nosotros y vivimos el confinamiento como algo irreal, como algo que no debería estar pasándonos. Es lógico, como en la novela, sentirse ajenos y buscar, en cierto modo, refugio en lo que pasa en el exterior.

Las plagas, en efecto, son una cosa común pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas.

Reflexión del doctor Rieux que desde la ventana de su despacho oirá por primera vez pronunciada la palabra «peste» como hipótesis a lo que está ocurriendo en su ciudad en esos días.

La observación del exterior y de aquellos que, día tras día, deben seguir indiscutiblemente con su actividad laboral fuera de casa, debería animarnos a no perder la calma y a seguir también con nuestras rutinas, si bien es cierto que muchas de ellas han sido trastocadas o directamente eliminadas. Esa observación, en cierto modo, debería devolvernos a la realidad para que este período no signifique una pérdida de tiempo.

El doctor abrió la ventana y el ruido de la ciudad se agigantó de pronto. De un taller vecino subía el silbido breve e insistente de una sierra mecánica. Rieux espantó todas estas ideas. Allí estaba lo cierto, en el trabajo de todos los días. El resto estaba pendiente de hilos y movimientos insignificantes, no había que detenerse en ello. Lo esencial era hacer bien su oficio.

Al oir el ruido del trabajo fuera de su casa, el doctor Rieux se convence de que debe seguir adelante.

Lo que mañana vendrá:

En el horizonte de nuestra vista, hoy, a través de los cristales, se vislumbra no únicamente un espacio físico poco accesible en estos momentos sino también un lugar futuro que no deberíamos obviar. Esta situación, como bien nos recuerdan los medios constantemente, es temporal. En un tiempo, las leyes de confinamiento poco a poco irán haciéndose más flexibles y podremos retomar en cierta medida la vida que dejamos atrás hace algunas semanas. Quizá para entonces todo haya cambiado, quizá para ese momento debamos tomar nuevos rumbos, sin embargo, este podría ser el momento propicio para ir pensando en ese futuro que, tarde o temprano, llegará. Es necesario, entonces, que no perdamos de vista ese horizonte, que al igual que al doctor Rieux, a pesar del sufrimiento que siente, se le presenta para cuando todo haya pasado.

Ella lo miró, pero Rieux miraba obstinadamente, por la ventana, la mañana magnífica que se levantaba sobre el puerto.

El doctor Rieux observa el puerto de Orán tras recibir la noticia de que su mujer ha muerto.

El absurdo, teoría patente en las obras de Camus, tendrá para él tres posibles soluciones de las cuales solo dará por válida la aceptación del absurdo. Tan solo aceptando que la vida no tiene sentido puede ser vivida. Vivimos pues, en un mundo al que no le importa que suframos y que no nos escucha. La única solución para el autor sería, por consiguiente, seguir adelante. Este presente que vivimos observando atentos a lo que luego vendrá debe servirnos para forjar lo que mañana seremos.

¿No sería hoy, que parece todo pausado, el mejor momento para crear nuestro yo futuro?

Los que están al otro lado:

De dentro a fuera. Actualmente hemos visto cómo la vida se ha ido desarrollado en los balcones, socializando a través de ellos, pero, ¿será así durante toda la cuarentena?, ¿qué pasará luego?, ¿estaremos más unidos a nuestros vecinos o por el contrario volveremos al anonimato absoluto y al pasotismo social?

Estamos asistiendo a un cambio en el paradigma social en las grandes ciudades donde los conciudadanos apenas se conocen y en lo cotidiano parecen esquivarse o pretenden permanecer en el anonimato que les protege de las dificultades de las urbes. Hemos visto interacción entre inmensas comunidades de vecinos, jugar entre balcones, dar conciertos en terrazas y unirse a determinadas horas para salir a agradecer a los equipos sanitarios de nuestros países. Una repentina socialización y unión en cierto modo producida por encontrarnos en la misma situación de vulnerabilidad y enclaustramiento, pero, ¿cuánto durará este sentimiento de pertenencia?, ¿cuánto tiempo nos veremos reflejados en las ventanas de los demás?, ¿cuánto tiempo seremos capaces de estar unidos?

Al principio, los vecinos abrían las ventanas y miraban. Después, la cerraban con precipitación.

La empatía patológica que sentimos repentinamente hacia nuestros vecinos se trunca en situaciones extremas como la de un confinamiento al creer que dentro de la sociedad recluida existen ciertos privilegiados. Entonces, esa participatión afectiva se muda en odio y si bien no podemos ejercer como autoridad política sí nos vemos con derecho a ejercer como autoridad moral. Aquellos que pasan por debajo de nuestras ventanas (de los cuales desconocemos los motivos) se convierten automáticamente en enemigos. Con nosotros o con ellos es la consigna que se desprende de nuestras actuaciones.

Evocaba también aspectos patéticos o espectaculares de la epidemia, como el de aquella mujer que en un barrio desierto, con todas las persianas cerradas, había abierto bruscamente una ventana cuando él pasaba y había lanzado dos gritos enormes antes de cerrar los postigos sobre la oscuridad espesa del cuarto.

Nuestros actos, como cualquier pandemia, se extienden poco a poco a través de nuestros contactos, se multiplican y se reproducen hasta el infinito. Tan solo de nosotros depende la trasmisión… o tal vez no.

Foto del encabezado: por Ishan Gupta en Unsplash

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